Cuando llegué a tus brazos, mi corazón rendido
venía del desierto de una pena tenaz;
tus brazos eran tibios y muelles como un nido,
y en ellos me ofreciste la blandura y la paz.
Con flatiga del mundo, con nostalgia de olvido,
escondí entre tus senos perfumados la faz,
y me quedé sobre ellos dulcemente dormido,
como un niño confiado sobre un valle feraz.
Quiero que así transcurra la vida que me resta
por vivir: sin anhelos, sin dolor, sin protesta,
sintiendo que tú encarnas mi insa,ciado ideal.
y cuando ya la muerte se llegue cautelosa,
pasar, como en un sueño, de tus brazos de rosa,
a los brazos solemnes de la noche eternal.
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