Después del aromático aguacero
ya no iremos por dulce a la bodega,
ni saldremos corriendo hasta la sombra
morada del caimito cariñoso…
Ya nunca volveremos confundidos
en el áureo sofoco de la risa
a batirnos con suaves espadones,
bajo el gotear ligero de los mangos.
Astroso, montaraz, húmedo amigo,
ya no te pedirán que me regales
tu cajita nocturna de cocuyos.
Ya no la cogeré, lleno de angustia.
Y la flor amarilla y la portada
no nos darán ya más su azul velado…
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