El ornitorrinco de Daniel García Helder

Negado por la naturaleza como sin duda
lo hubiera querido hacer su padre, vuelve a estornudar,
mezcla de varias especies que tras disputarse el predominio
se dieron todas por vencidas, abandonando el terreno.
Con varas de nardo su genio personal

debe estar haciéndole cosquillas en la nuca
para que sonría así, estirando dos labios de camello,
por debajo de un objeto nasal de neto corte papú.
El cuello deprimido, nada de pelo sino pelusas de fruta,
dedos aporcados sobre un vientre de botella y zambo
para que a ojo el diseño no carezca de una base
acorde el ángulo cerrado de los hombros,
grogui de pie en el sol sigue con ojos pisciformes
los aleteos de una docena de passeriformes
tomando baños de polvo y pío pío.
Te digo que si un cagatinta quisiera, con un bollo de papel
desde cualquiera de esas ventanas del Ministerio,
probar puntería en su mollera rosada
ya no podría: un viejo cuyo cutis se parece
al hollejo de la uva cuando la pulpa es expulsada
con semillas y todo por la boca, violentamente,
ahora está parado adelante de él
y con un pañuelo que saca del bolsillo
le aprieta la nariz diciéndole sonate.

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