Aquí cesa el clamor; ya nada canta.
Aquí el silencio su contorno imprime.
Sólo el pecho, nevado y tan sublime,
de pie puede servir a la garganta.
Ya, como con las albas, se levanta,
o, como con las tardes, se deprime;
su femenino día nos encanta;
con su esplendor de oscuridad redime.
El ritmo de lo humano él lo condensa,
cofre es de aquello que la mente piensa,
donde la eternidad se guarda breve.
Si el corazón se ofrece en esa altura,
respire en esa cima la ternura,
mitíguese mi ardor sobre esa nieve.
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