Rodeada de ensueños -¡levedad
de sus años, su voz y su sonrisa!-,
reclinada en su luz, digo en su brisa,
niña soñada y ángel de verdad,
con grácil -no aprendida suavidad
el color de sus ojos me improvisa.
y como ese color, así es precisa-
mente mi vida: clara en su mitad.
Tú si que eres ya huesos de mis huesos
y carne de mi carne y pena mía
y partidaria de mis altos besos,
que alternamos con tu melancolía;
besos que a veces dejo niña, en esos
pómulos donde un sol, rojo, se enfría.
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