El portón se abre el día entero
pero en la noche yo mismo lo cierro.
No espero ningún visitante nocturno
a no ser el ladrón que salta el muro de los sueños.
La noche es tan silenciosa que me hace escuchar
el nacimiento de los manantiales en los bosques.
Mi cama blanca como la vía láctea
es breve para mí en la noche negra.
Ocupo todo el espacio del mundo. Mi mano desatenta
derriba una estrella y ahuyenta un murciélago.
El latir de mi corazón intriga a las lechuzas
que, en las ramas de los cedros, rumian el enigma
del día y de la noche paridos por las aguas.
En mi sueño de piedra quedo inmóvil y viajo.
Soy el viento que palpa las alcachofas
y enmohece los arreos colgados en el establo.
Soy la hormiga que, guiada por las estaciones,
respira los perfumes de la tierra y el océano.
Un hombre que sueña es todo lo que no es:
el mar que deterioran los navíos,
el silbo negro del tren entre hogueras,
la mancha que oscurece el tambor de queroseno.
Si antes de dormir cierro mi portón
en el sueño se abre. Quien no vino de día
pisando las hojas secas de los eucaliptos
viene de noche y conoce el camino, igual que los muertos
que aunque jamás verán, saben dónde estoy
cubierto por una mortaja, como todos los que sueñan
se agitan en la oscuridad, gritan palabras que huyeron del diccionario y respiran el aire de la noche que huele a jazmín
y a dulce estiércol fermentado.
Los visitantes indeseables atraviesan las puertas atrancadas
y las persianas que filtran el paisaje de la brisa y me rodean.
¡Oh misterio del mundo!, ningún candado cierra el portón de la noche.
En vano fue que al anochecer pensara en dormir
solo
protegido por el alambre de púas que cerca mis tierras
y por mis perros que sueñan con los ojos abiertos.
En la noche, una simple brisa destruye los muros de los hombres.
Aunque mi portón amanece cerrado
sé que alguien lo abrió, en el silencio de la noche,
y asistió en lo oscuro a mi sueño inquieto.
Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres