Recuerdos de aquélla edad
de inocencia y de candor,
no turbéis la soledad
de mis noches de dolor:
pasad, pasad,
recuerdos de aquélla edad.
Mi prima era muy bonita,
y no sé por qué razón
al recordarla palpita
con violencia el corazón.
Era, es cierto, tan bonita,
tan gentil, tan seductora,
que al pensar en ello ahora,
algo como una ilusión
aquí en el pecho se agita,
y hasta mi fría razón
me dice: ¡era muy bonita!
Ella, como yo, contaba
catorce años, me parece,
mas mi tía aseguraba
que eran solamente trece
los que mi prima contaba.
Dejo a mi tía esa gloria,
pues mi prima en mi memoria
jamás, jamás envejece,
y siempre está como estaba
cuando, según me parece,
ya sus catorce contaba.
¡Cuántas horas, cuántas horas
de dicha pasé a su lado!
¡Pasamos cuántas auroras
los dos corriendo en el prado,
ligeros como esas horas!
¿Nos amábamos? Lo ignoro:
sólo sé lo que hoy deploro,
lo que jamás he olvidado,
que en pláticas seductoras,
cuando me hallaba a su lado,
se me dormían las horas.
De cómo le di yo un beso,
es peregrina la historia;
hasta ahora, lo confieso,
con placer hago memoria
de cómo la di yo un beso.
Un dial solos los dos,
cual la pareja de Dios,
cuya inocencia es notoria,
nos fuimos a un bosque espeso,
y allí comenzó la historia
de cómo la di yo un beso.
Crecía una hermosa flor
cerca de un despeñadero;
mirándola con amor
ella me dijo: ‘Me muero,
me muero por esa flor’.
Yo a cogerla me lancé,
más faltó tierra a mi pie;
ella, un grito lastimero
dando, llena de terror,
corrió hasta el despeñadero…
y yo me alcé con la flor…
Dos lágrimas de alegría
surcaron su rostro bello,
y diciendo-. ‘¡Vida mía!’,
me echó los brazos al cuello
con infantil alegría.
Fuego y hielo sentí yo
que por mis venas corrió,
y no sé cómo fue aquello,
pero un beso nos unía…,
dejando en su rostro bello
dos lágrimas de alegría.
Después… ¡Revoltosa mar
es nuestra pobre existencia!
Yo me tuve que ausentar,
y aquella flor de inocencia
quedó a la orilla del mar.
Del mundo entre los engaños
he vivido muchos años,
y a pesar de mi experiencia,
suelo a veces exclamar:
¡La dicha de mi existencia
quedó a la orilla del mar!
Recuerdos de aquella edad
de inocencia y de candor,
alegrad la soledad
de mis noches de dolor;
¡llegad, llegad,
recuerdos de aquella edad!