Hubo en Thule un rey constante
con su amada, la que un día,
al morir, dejó a su amante
áurea copa que tenía.
Fue, de allí, la taza de oro,
don de mágica riqueza,
y al beber, la real tristeza
la humedecía con lloro.
Cuando el rey vio su partida
cercana, dio al heredero
la ciudad y un mundo entero,
menos su copa querida.
Sentóse luego a la cena
en medio de sus magnates,
y al pie rugen los embates
del mar que la sala atruena.
Allí el bebedor anciano
brinda última vez su copa,
la echa al mar y el mar la arropa
en su lecho soberano.
La ve hundirse; que se llena
y se pierde en lo profundo…
Y el rey llora su pena
no bebió más sobre el mundo.
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