En invierno,
al llegar el tiempo de las plantaciones,
me gusta contemplar
ese desfile de jardineros desarmados
cruzando la ciudad,
llevando sobre sus hombros
en lugar de fusiles
árboles dormidos.
Esa imagen es para mí
tan hermosa
que vence toda la sinrazón
de la barbarie en la que estamos,
algo así
como asistir a la poderosa fragilidad
de las raíces de la menta
levantando las piedras.
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