A veces, se pegan en la faringe y forman una costra, telaraña gigante que taparía la entrada de anchísimo sendero. Las oigo subir en espiral con un zumbido insectil, arremolinarse, enjambre, estamento de la luz que busca el pasadizo exterior. Entre sus manos callosas jalan un cordel que me forzaron a detener, y henos aquí, cada quien tirando de su lado como cipreses inclinados en una tormenta. Oigo crujir el sisal, nada se rompe, sólo esos puntos cardinales que dentro de mí se apartan de su opuesto. Oh pestaña en el iris. Llave rota en el ojo de la cerradura. Fermento de ese limbo de vocablos que estallan en un disparo. Oh palabras que ostentan su diminuto pabellón como pavesa del fuego mayor.
Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.