(De Miguel, camarada viajero con el frío)
III
Pretendieran tus ojos estos mares felices,
esta orilla encendida.
Pretendiera esta luz tu corazón viajero.
Desde el muelle miramos,
contemplamos los mares que se agrandan ya tuyos.
Fue en ellos que tu casa levantaste de nuevo,
en estas luces cálidas,
en estas aguas
adonde está tendida,
verde y grande la mano de las algas,
blanca y fresca la boca de la espuma.
Aquí, donde la paz adivinamos
por las grutas azules que ha poblado tu cuerpo,
aquí, donde caballos presentimos
como un galope verde en la memoria,
aquí, donde traineras y velámenes
amaneciendo están
y sorprendidos.
Es tuya tanta luz.
En este puerto
donde los marineros aparejan el aire
y nos mira la obra sumergida
es tuya tanta luz.
Hemos querido hablarte
cuando el sueño te quema como tú pretendías,
hemos venido a verte desde el miedo
hasta esta casa nueva
donde brillan tus ojos como peces de fuego
por si acaso tuvieras noticias de ese barco
en el que un día zarparon los hombres y la historia.
Es tuya tanta luz. Hoy todo está contigo.
Y baja la marea
y cantan los dormidos
y gaviotas llegan con el viento encendido
y hemos de volver
y tú no estás pero tu voz nos llama.
Para los que quedamos es más triste el camino.
Quizás alguna tarde,
en alta mar tu sueño y las primeras algas,
como un octubre nuevo,
florecerá en las gavias
una bandera roja, Miguel, que nos reclama.