Y ahora sí;
ahora que el silencio
ya no puede perdurar sobre el grito;
ahora que la muerte se pone un uniforme,
ávida de recoger su ansiada cosecha,
olvidad vuestras dudas,
vuestros pasos inciertos.
De las tinieblas más viejas de la historia
va a nacer un río de sangre
que arrasará los campos y jardines,
soberbias torres y humildes monumentos,
altivos árboles y pobres matorrales.
Todas las lágrimas del mundo,
todo el odio que empuja
a las fieras dentelladas
va a reunirse de pronto
en esta tersa piel de toro.
Gritad, llamad,
hombres del campo y las ciudades
antes de que los prados se calcinen
y las casas se desplomen en llamas.
Pronto, pronto,
antes de que el huracán del odio
derribe en las ciudades
las primeras paredes
y quiebre en el campo las primeras ramas
de los temblorosos árboles.
Elegía a una tarde de julio, II de Adolfo Sánchez Vázquez
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