¿No percibes, amada, la alegre gritería
que en la flaminia senda resuena? Son braceros,
segadores que al fin tornan al patrio lar.
Cogieron ya la próvida cosecha del romano
que ni aun a Ceres misma corona ofrendar quiere.
De la gran diosa en honra fiestas no se celebran,
que en lugar de bellotas áureo trigo da al hombre.
¡Más el jocundo rito nosotros cumpliremos!
Que dos amantes juntos igual que un pueblo montan.
De aquel místico triunfo que a1 vencedor seguía,
arrancando de Eleusis, chablar tú nunca oíste?
Los griegos lo fundaron, y aun en la propia Roma
ellos solo gritaban: “¡ Honrad la sacra noche!”
Alejado el profano, expectante el neófito,
temblaba en su alba veste, de la pureza símbolo.
En tanto, el iniciado con asombro vagaba
por entre extraños corros, de figuras de ensueño,
sibilantes serpientes; cerrados cofrecillos
de espigas coronados portaban las doncellas;
sibilinos visajes el sacerdote hacía,
e impaciente el neófito, por la luz suspiraba.
Solo tras muchas pruebas descifrar le era dado
los misterios de aquellas simbólicas pinturas.
¡Y cuál era el arcano! Pues que también Deméter,
la gran diosa, de un héroe prendóse cierto día,
de Jasón, el monarca de Creta, valeroso,
y su cuerpo inmortal, inviolado, entrególe.
¡Oh Creta venturosa! Rebosantes de espigas
ve sus campos, que lecho a excelso amor brindaran.
En tanto al demás mundo la penuria afligía
por no rendir tributo a la gran diosa amable.
E1 iniciado, atónito, la leyenda escuchaba
y a la amada guiñaba el ojo…—¿lo estás viendo?—
¡Ese arrayán frondoso cubre un lugar sagrado!
¡Nuestro placer a nadie hacerle daño puede!
Elegías (12) de Johann Wolfgang von Goethe
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