¡A Britania remota nunca a César siguiera;
más bien a la taberna con Floro me habría ido!
Que del Norte las tristes brumas me son odiosas
más que ruidosa plebe del claro mediodía.
Y de hoy más os adoro, tabernas, “hosterías”,
cual muy cumplidamente os designa el romano.
Pues en una vez pude a mi amada en unión
de ese tío a quien por mí tan zalamera engaña.
Aquí estaba mi mesa rodeada de alemanes;
más allá con su madre se hallaba la muchacha,
y en su banco volverse acertaba de modo
que de perfil su cara y su nuca yo viera.
Alto hablaba, cual suelen hacerlo las romanas,
y el vino, por mirarme, sobre el mantel vertía.
Corría sobre la mesa, y con travieso dedo
ella hacía garabatos sobre la húmeda tabla;
nuestros nombres unidos trazaba; yo, curioso,
de sus dedos el grácil movimiento seguía,
hasta que al fin las cinco en estilo romano
con un palo delante dibujó. Y en seguida
borrólo todo, cauta, de un manotazo. Pero
de mi mente borrar no consiguió las cuatro.
Pensativo quedéme y los ardientes labios
mordíme de regusto al par que de impaciencia.
¡Qué largo hasta la noche! ¡Cuatro horas todavía!
¡Oh sol, cuál te demoras tu Roma contemplando!
Nada más grande viste, ni nunca habrás de ver,
según te prometiera tu sacerdote Horacio.
¡Mas no te detengas, y por favor aparta
de las siete colinas tu mirada más pronto!
Por amor a un poeta, abrevia las magníficas
horas que, embelesado, el pintor aprovecha;
que fugaz se deslice tu cálida mirada
por las altas fachadas, cúpulas y obeliscos;
corre ligero al mar, y madruga mañana
para ver lo que ha siglos divinamente gozas:
estas riberas en que de antiguo el junco medra,
esas cimas que densos bosques de sombra cubren.
Alguna choza antano; y de pronto presencias
la actividad alegre de un pueblo de bandidos.
De mil puntos diversos a este lugar acuden,
y apenas si algún otro tus miradas cautiva.
Viste primero un mundo aquí agitarse; luego
un mundo de ruinas que de nuevo se yergue.
Quiera amable la Parca hilarme un largo cabo,
para que largo tiempo aún aquí tu luz vea.
¡Pero que venga pronto la bien trazada hora!
¡Qué suerte! Esu aquí ya… No…¡son solo las tres!
¡Oh caras Musas mías!, entretened mi tedio
en tanto separado de mi amada me aburro…
¡Pero quedad con Dios! Me voy… no os molestéis,
que Amor sobre vosotras primacía siempre tuvo.
Elegías (15) de Johann Wolfgang von Goethe
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