¡Cuán feliz soy en Roma! Evoco aquellos tiempos
en que la turbia luz del Norte me envolvia,
turbio y pesado el cielo sobre mí gravitaba,
y sin color ni forma se me mostraba el mundo,
haciendo que otease con pena los sombríos
senderos que se abrían ante el yo insatisfecho.
Ahora aquí, en el fulgente éter, los astros fulgen,
y Febo, el dios, las formas suscita y los colores.
Brilla en astros la noche, vibra en suaves canciones,
y más que sol del Norte la luna resplandece.
¡Qué dicha!… ¿Será un sueño? ¿De veras, padre Júpiter,
acoges a este huésped y tu ambrosía le brindas?
¡Ay’, que a tus pies me postro y a tus rodillas tiendo
las manos implorantes…, oh Jove hospitalario!
No sé cómo hasta aquí llegara; al peregrino
de la mano cogióle Hebe, y aquí le trajo…
¿Acaso le ordenaste que un héroe te trajera?
¿Y ella erró la elección?… Pues su error aprovecho…
Perdona… que Fortuna también es hija tuya…
Y a capricho, cual hembra, sus favores reparte…
¿No eres hospitalario?… ¡Pues no arrojes entonces
al huésped de tu Olimpo, lanzándolo a la tierra!
“Poeta. ¡Mucho te encumbras!…” “Perdona: el Capitolio
es tu segundo Olimpo, padre Jove… Tolera
mi presencia un momento, que luego Hermes alígero,
conduciráme al Arco por delante de Cestio.”
Elegías (7) de Johann Wolfgang von Goethe
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