¡Gracias, señor, gracias mil!
¡Ah siglo… dichosa suerte!
Ya nuestra edad se convierte
en bella edad infantil.
Ya en vez de los lagrimones
de romántico dolor,
los ojos del trovador
brotan risa a borbotones,
Ya a la sombra del ciprés
vagos, errantes, inquietos,
no nos traen los esqueletos
arrastrando por los pies.
Ni frenéticos en pos
de la muerte anhelan ir,
que a todos hacen vivir
el santo temor de Dios.
Murió la fatalidad,
los venenos se agotaron;
y los espectros cruzaron
huyendo la inmensidad.
Ya todo es risa, placer;
y pronto los pastorcillos
con sus tiernos caramillos
y el rebaño, han de volver.
¡Qué risa ver convertido
en un alegre zagal,
en la pradera dormido
a aquél que tanto ha gemido
sobre el arpa funeral!
¡Qué risa será escuchar
al son del tosco rabel
suave, amoroso cantar
a aquella boca de hiel
que ayer nos hizo temblar!
¡Qué risa ver sus amadas
ayer mustias y amarillas,
mañana frescas, sencillas
tejiendo en las enramadas
guirnaldas de florecillas!
¡Qué risa será mirar
en el verde prado, ameno
el arroyuelo saltar
y en su espejo contemplar
el propio rostro sereno!
¡Qué risa hurtarle sus nidos
al mirlo y al ruiseñor,
y verlos como aturdidos
con sus trinos doloridos
nos vuelan en derredor!…
Gracias señor, gracias mil;
¡Ah siglo! dichosa suerte,
si nuestra edad se convierte
en bella edad pastoril;
Si en pos de las maldiciones,
del romántico furor,
viene el alegre pastor
con su flauta y sus canciones.