Joven, de veintiocho años, en un barco de Tinos
llegó Emes a este puerto sirio,
con el propósito de aprender perfumería.
Pero en la travesía se enfermó. Y apenas
desembarcó, murió. Su entierro, muy pobre,
se hizo aquí. Pocas horas antes de morir algo
susurró sobre un «hogar», sobre «padres muy ancianos».
Pero quiénes eran ellos nadie lo supo,
ni cuál su patria en el vasto mundo panhelénico.
Mejor. Porque así mientras
yace muerto en este puerto,
siempre tendrán sus padres la esperanza de que está vivo.
Versión de Miguel Castillo Didier
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