¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas veces,
desde que caímos
del precipicio de la eternidad,
hemos muerto? Muerte tierna y florida
fue nacer, ser engendrados
por el tiempo. Como una exhalación
entramos a otra muerte, dulce y punzante,
con el primer amor, nunca olvidado.
Y el valle de la juventud pronto marchito
por borbotones de deseos y sombras,
y el exterminio tibio de los días:
un río que se cumple al no cumplirse
por todas las edades, arrasando y menguando,
añadiendo más muertes a la muerte.
No, no es verdad: en el último día
no morimos. La muerte encuentra sólo
los brazos del vacío, la sombra de una ausencia.
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