¿Dónde la amiga mía,
en dónde está la hermosa compañera
de tanta lozanía
y tanta gallardía
que daba envidia a la gentil palmera?
¿Adónde te hallaremos
si en esta soledad no te encontramos
por más que te busquemos,
por más que te llamemos,
por más que sin consuelo te lloramos…?
¡Ay! Cuando más sufría,
al alejarse la criatura bella,
nos dijo que volvía,
y tristes todavía
estamos aguardando aquí por ella.
Mas ya de su tardanza
son causa los celestes serafines,
que en dulce bienandanza
nos quitan la esperanza
de que vuelva jamás a estos festines.
Ya más no la veremos
del gran salón arrebatada pluma,
girar por sus extremos,
con su belleza suma,
envuelta en el cendal de blanca espuma.
Ni dirán los galanes
al contemplar su luz de pura estrella,
con suspiros y afanes,
«Entre tanta doncella
la del blanco cendal es la más bella».
Faltóle a su pie vago
para cruzar la vida, tierra y calma,
y en el humano estrago,
como la flor del lago
toda en perfume se exhaló su alma.
¿Mas no es verdad, flor mía,
que vives más contenta en la morada
de la Virgen María,
tan santa y regalada,
que en esta pobre tierra desgraciada?
¡Ay celestes jardines
sobre las nubes húmedas, plantados
por bellos serafines,
con ámbares regados
y de castas doncellas habitados!
¡Ay deliciosas palmas
en cuya sombra reposada giran
las venturosas almas
de los que allá respiran
y oyen a Dios y su semblante miran!
¿No es verdad que en el cielo,
paloma de estos valles inocente,
alzas tranquila el vuelo
con perfumado ambiente
por las serenas bóvedas de Oriente?
¿No es verdad que a la vida
no quisieras volver, de los mortales,
desde que estás unida
con lazos eternales
a las dichosas almas celestiales?
¿Que ahora en el cielo puro
y en medio de luceros tan brillantes,
te parece ya oscuro
el festín donde antes
se alegraban tus ojos anhelantes?
¿Que las galas y flores,
la música y la danza tan querida,
y los tiernos amores
de tu alma florida,
te parecen ya sueños de la vida?
Y ¿no es verdad que miras
con lástima de amor, aprisionadas
del mundo a las mentiras
nuestras almas cansadas,
que quisieras llevar a tus moradas?
Responde, amiga mía,
que ya te escucha el corazón atento;
haz que descienda pía
a la tierra sombría
en las nocturnas brisas un acento.
Mas ¡ay! de mí te escondes…
no quieres responder a quien te canta…
¡Pero cómo respondes,
con humana garganta,
si ya no eres mujer, si eres ya santa!