En los pistilos de María Baranda

De luz te vi nacer donde la estirpe
de un sol de sangre entre las nubes
límpido alumbra la voz de las raíces.
Si entro en tu sueño me despierto,
amanecen las sombras por tu alcoba,
en tu nombre se enciende verde el mundo

donde estallan luciérnagas de lumbre.
Desde lo alto de ti en un acorde me bendices
y con el barro de tu boca formas
un pedazo de mí como tu historia propia.
Calla por ti el soplo lengua adentro,
la ronca voz donde maldices.
Tu piel en su ritmo me levanta
y en los cármenes te escucho pesumbroso
cómo devoras mi carne y mis fermentos.

Todo en mí avanza y se detiene
y todo por entero desciende en un relincho:
lo que no fui lo que no soy,
lo que me nubla y me desaparece, animal
que lame al animal de la doliente.

Las bodas de las flores se dan sobre el estigma.
El polen se desprende al comenzar la aurora
y en un solo momento la vida se redime
y entonces se retira.

La santa en penitencia grita
que pueda ser de fuerza su grandeza,
bailando
en este reino sin escrúpulos. Teresa
es soberana en su magnificencia y con su voz
de pájaro en su preñez avisa: ‘Escribo
abierta, volando y con jacintos
de golpe me doy cuenta
que estoy viva.’ Y de misterios tantos
se tiñó su lengua, su resplandor
fue aquel fecundo encuadre
con sus trenzas, sus mejillas ardiendo
en jeroglíficos y en éxtasis
los ángeles agradecidos
lamieron el temor en su flaqueza.

‘Señor, lo que pasó
pasó, ahora muéveme hacia el gozo
y con tus alas determina quién
será por mí aquel letrado único
de corazón ensimismado
que de provecho diga
en oratorio: Perra,
hagamos juntos este mundo.

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