Escúchame, poeta
un gracioso jilguero
joven, vivo y ligero
más que brisa coqueta.
Después de haber corrido
del valle a la colina
tras cada peregrina
yerbecilla perdido,
Después de haber cruzado
cien veces la pradera
cada flor hechicera
cantando enamorado.
De larga travesía
fatigado su vuelo
al pie de un arroyuelo
vino a posar un día.
El sol ya se ocultaba,
y su postrer reflejo
en el brillante espejo
del agua reflejaba.
A otras flores asida
y siempre en la corriente
de la linfa latiente
flotando conmovida,
Leve como amarilla
cañilla de centeno
en su cristal sereno
vivía una florecilla.
Sus galas, su belleza
eran no más frescura
que daba el agua pura
a su gentil cabeza.
Era el hermoso brillo
que el sol que se alejaba
melancólico daba
a su cáliz sencillo…
Vio el pájaro gracioso.
La ninfa peregrina
y en el agua argentina
lanzó un trino amoroso.
Oyó la florecilla
al colorín amante
y vaciló un instante
temblando en su barquilla…
—Vente, (el ave cantó)
que otro lecho más rico
transportada en mi pico
he de buscarte yo.
—No, la flor respondía,
si dejo la frescura
del agua mansa y pura
no viviré ni un día.
—Rompe el tallo hechicero,
no estés en la ola hundida.
—Estoy al agua unida
si me arrancas me muero.
—¡Ah! vente a otros lugares
—¡Quédate al lado mío!
—¡Verás los anchos mares!
—Me basta con mi río.
¡Adiós! ¡gritó impaciente
el pájaro ofendido!
La flor con un gemido
respondió tristemente.
«Nunca me amaste, si mi endeble frente
sabes que con un soplo se marchita
¿cómo del ronco viento que te agita
pudiera resistir el gran torrente?
»Por buscar otra tierra más lejana
arrancarme del agua que me alienta
es pretender con ansiedad violenta
sacrificarme a tu ambición insana.
»Si no son estas ondas transparentes
que repiten tus trinos amorosos
y te halagan con besos cariñosos
espejos atu orgullo suficientes,
»Adiós, adiós, vuela a buscar ventura
de aquilón en el fiero torbellino
y déjame en mi arroyo cristalino
sobre mi cuna hallar mi sepultura.
»El cierzo romperá tus alas bellas
y cuando tornes y a mi amor te acojas,
de mi triste barquilla y de mis hojas
¡no hallarás en las olas ni las huellas!»