No me mires, con tus verdes ojos gastados,
no me llames, con tu boca suave y quebrada,
no me extiendas tus tibias manos amantes,
ni menos, camines en puntillas por mi mente.
Porque entonces si haces eso sé que no soy dios,
me siento débil, enfermo, pequeño,
y me escondo en mi alma de niño,
y entiendo mi soledad y lloro y me asusto.
Porque todavía no aprendo a ser indiferente.
Por eso te busco, día a día, desesperadamente.
Y aprendo a ocultar el dolor de no verte, cuando miro
y de verte, cuando decido cerrar los ojos.
Hasta que te encuentro entre recuerdos
y le hago preguntas a mi pasado
y exijo respuestas de tu presente,
que venzan mis miedos, llenen mis vacíos,
y me devuelvan la esperanza,
que es el verde más verde que he perdido.
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