Cuánta ceniza ardiente llueve el cielo,
ecos antiguos de una voz que pasa,
ese enemigo que inventó el espejo
y me instaló sin verme en su mirada.
Dando bandazos, el invierno cae;
no me permite desdecirme. Calla
para obligarme a oír desde el silencio
el rumor con que anula las palabras
y hace hablar a los árboles, a las
piedras desnudas, a los puentes, con
el lenguaje del agua.
Burlón y regio por las galerías,
el aire muerde sin cesar las ramas;
ellas me enseñan a mirar sin odio:
el sol es siempre nuevo cuando se levanta.
El frescor de las cosas desmiente mi agonía,
y en este cuerpo imán de tu memoria inscribo
el lastre fiel de un monólogo en calma.
La noche apoya su cabeza en mi hombro,
su materia sensible. No hay nostalgia
sino copos de tiempo que la noche aventa
en un espacio vuelto madrugada.
Mis ideas acerca del futuro
crecen como burbujas de sustancia.
Por qué seguir; la escena ha terminado,
y ahora que ya no necesito nada
(si acaso respirar la luz del día),
ahora, cuando descubro que esa luz no acaba,
sé que el camino existe
porque por él avanzo: soy camino.
Sobrevivir ha sido mi venganza.
Epilogue & after de Jenaro Talens
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