Cual dos que hablando juntos van,
andando por un sendero partido,
uno por el veril soleado;
otro abajo, en la umbría,
Adelaida y el poeta se han hablado,
cuerpo y espíritu él; tan sólo espíritu, ella.
Adelaida:
Ay! ¡Cuánta angustia en este camino!
¡Cuán oscuro y cuán malandado!
Veías siquiera el sol, las montañas,
brillar las cosas bajo el cielo azul,
y no este limbo de voces extrañas
sin forma ni color… Dime, Arnaldo:
¿Quién es ése que por la triste senda
nos conduce cual sombras sin virtud?
Ya será algún poeta que sueña
el sueño de eterna inquietud.
El poeta:
La verdadera vida
del espíritu vives, ¿y aún te quejas?
Hacia lo inmutable caminas.
Adelaida:
¡Nada hay como ver el sol!
Llévanos, pues, a la senda
de las cosas corporales,
buen amigo, aunque sea
sufriendo todos sus males.
Aunque la luz nos deslumbre,
aunque el fragor nos atonte,
y el cuerpo entero nos infierne,
con todos sus sentidos sufriendo,
la vida primera quiero,
ver, oir, gustar y tocar:
no sé vivir de otro modo,
ni tampoco deseo probar.
El poeta:
La vida que ahora ansías
es la gran resurrecci6n.
Quizá no fuera la que tenías,
pero tampoco la otra; aún no.
Adelaida:
Pues bien te contentas tú
con la vida que ahora tienes.
El poeta:
Mientras pueda ver a través del mundo
lo que para ti sólo es puro gozo o tormento,
de mi vida estaré contento,
ya que en una dos vidas son.
Pero si este ser fuese dividido
y sólo corporales quedaran mis sentidos,
antes preferiría abandonarlos
y, como tú, ser sólo un espíritu.
No ahora, que todo canta en mis entrañas,
y esposa tengo, e hijos,
y que en la cima de las solariegas montañas
un grito hay de renacimiento entre mil peligros.
De amor y lucha es éste mi momento,
y ansío brazos para amar, luchar.
Cuanto tengo, deseo, y a lo hecho pecho.
Mas, ¿qué sé yo de lo que querré mañana? (…)
Adelaida:
¿Y qué sabes tú de este mundo o de otros,
ni lo que un cuerpo es, o un espíritu,
ni el poder que el deseo tiene sobre nosotros,
en el pecho alentando hasta el final?
Si por muerta me tienes, yo me tengo por viva;
si bien, cual enterrada en vida,
mis sentidos furiosamente quiero,
mas algo hay que me oprime.
Si no puedes librarme de ello,
¿de qué os sirve, pues, poetas, la poesía?
El poeta:
En tal punto una voz escucho
que escuchar de otro modo no podría.
Adelaida:
¡Oh! ¡La voz sin sonido del difunto!
No es esta voz la que querría,
sino la que de mi pecho surgida
en torno mío alegre resonaba:
ésa es, amigo, la que yo te pido,
todo cuánto ella comportaba.
y si tanto no puede tu poesía,
si no puedes volverme al mundo, calla y acaba.
El poeta:
Por piedad, Adelaida,
al igual que aún hay cosas no sabidas,
apenas la poesía está iniciada,
y de virtudes desconocidas está llena.
Mas tienes razón, ya basta de hablar.
En silencio aguardemos otra edad.
Versión de José Batlló