A mi hermano,
cuyo apoyo y ayuda me mantienen
Escribirán mi nombre en un libro
de nombres apretados, y referencia ,
breve harán del tiempo que pasé «,
vivida.
Tendré, a lo sumo,
quince páginas en una antología.
Algún niño recitará de carrerilla:
Nacida en Madrid en el 44, perteneció
a la generación perdida, no tuvo
guerra a la que le sujetaran,
ni amo, ni dueño, ni posición torcida.
Descubrió su vocación
muy niña, presentándose a todas
las oposiciones convocadas,
a la cátedra vacante del amor, retirándose
la víspera a un rincón, con su perro
-aún no nacido-, a acunar sus arrugas,
a repasar el índice de materias
-nunca demasiado sabidas-: los celos
el dolor, la comida.
No quiso
saber más que de lo suyo. De fe
arraigada en ese punto
muerto de la angustia, no quiso
comulgar con- ruedas de molino,
ni tener hijos con ruedas de molinos…
Hasta que un día… Tuvo el valor
de recogerse el pelo y andar
más deprisa y subirse a la boca
una mentira.
Y todo fue ya
póstumo… Desde ese día.