Qué perverso es el invierno con los árboles
desnudos y ateridos, agraviados
por la exaltación de los vendavales;
forzados a contorsionarse, extravagantes,
entre los aplausos infatuados de la lluvia,
con faroles de inoportunos ademanes
que los celan en las umbrosas avenidas
y silencios quebrajados por el llanto
de los seres traicionados.
Qué severo es el invierno con los árboles
desvestidos por las tormentas y los céfiros;
plañideros desde las cepas y los brazos
desarticulados de sus cuerpos,
suplicantes tras la postrimera furia,
como manos con lágrimas entre los dedos
brotando de la tierra.
Esos árboles desnudos y entumecidos
de todos los inviernos iracundos.
Esos tristes fantasmas profanados,
que no pueden surcar los territorios
como las aves en busca de indumento
para cobijarse.
Esos viejos árboles que vomitan resina
en los caminos lejanos,
con las entrañas abiertas a tajo de viento.
Desdichados árboles ofreciéndose
en holocausto como esculturas mutantes,
despojadas de su fronda
y de la dignidad de los árboles en primavera.
Esos árboles desnudos de Antonio Álvarez Bürger
Añadir un comentario