Después de que con lúbrico recreo
ávidos besos en tu boca imprima,
como quien logra ambicionada cima
te escalaré en la fiebre del deseo.
Buscaré el montecillo de Himeneo
donde celoso musgo lo escatima,
y en contubernio de tu carne opima
llegaré del deleite al apogeo.
Pasado el lujurioso escalofrío,
sentiré ante tu carne poseída
odio a tu cuerpo, repugnancia al mío;
y también la congoja repetida
de ver que sólo a destilar hastío
se abre, mujer, tu impenitente herida.
Añadir un comentario