Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.
Era yo misma…cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y ssecreto del canto inaugurado.
Estaba allí, casual y sensitiva,
dueña del dardo y la manzana viva
en trémula quietud y extraño aliento.
Toqué su falda de vergel y danza,
entré en el corazón de la esperanza,
y recogí el engaño del momento.
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