Estancia de otoño de Gabriel Ferrater

La persiana, sin cerrar del todo, como
un sobresalto que se contiene para no caer al suelo,
no nos separa del aire. Mira, se abren
treinta y siete horizontes rectos y delgados,
pero el corazón los olvida. Sin nostalgia
se nos va muriendo la luz, que era de color
de miel, y que ahora es de color de olor a manzana.
Qué lento, el mundo; qué lento, el mundo; qué lenta,
la pena por las horas que se van
tan aprisa. Di, ¿recuerdas esta
estancia, verdad?
«Le tengo mucho cariño.
Esas voces de obreros -¿Quiénes son?»
Albañiles:
falta una casa en la manzana.
«Cantan,
y hoy no los oigo. Gritan, ríen,
y hoy, que callan, los echo a faltar.»
Qué lentas,
las hojas rojas de las voces, qué inciertas
cuando vienen a cubrirnos. Dormidas,
las hojas de mis besos van cubriendo
los refugios de tu cuerpo, y mientras olvidas
las hojas altas del verano, los días
abiertos y sin besos, el cuerpo,
en lo hondo, recuerda: todavía
tienes la piel hecha de sol y luna.

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