El mío, el importante, el que me dura;
perfecto como el jueves o el verano.
Este que nunca pierdo, casi hermano,
lo menos frío, la mayor dulzura.
El comparable a un soplo en la cintura,
y la inocente mano de mi mano;
el acostado a sollozar temprano,
el que tiene también de mi locura.
Este que se sonríe de ser hombre,
este de absurdo mal, de fruta en nombre:
mi propio enorme corazón enorme.
El necesario celestial testigo
de mi absoluta palidez de trigo,
que me besa por dentro cuando duermo.
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