El poema se balanceaba en la punta de mi ser
(la punta de la lengua, la punta de los dedos,
y otras puntas non sanctas para poetizar
cuerpos ajenos).
Era como estar en el borde del orgasmo
sin quererlo, y oprimir desesperadamente taoístas puntos
como freno en pedalera,
porque no se fuera.
Pero ¡ya!, terco y de mala leche
se fue por alguna punta y no sé cuál
como para prevenir reacciones.
No quiero ser acusado de cunnipoético,
que un revés me sacuda por algún atrevido verso
escapado de mis dedos,
o una inocente adolescente venga a mí
acariciándose la panza por pecados no habidos
ni gozados.
Es que me aterra que un poema se me escape así,
sin aviso,
y ande por el mundo suelto de mi mano.
Añadir un comentario