En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.
Me copiaste, mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste generosamente
mi cara de montaña silenciosa.
El hijo es tierra de mi propia tierra,
resplandor de mis ojos y mi guerra,
poderosa presencia de mí mismo.
Gracias a ti, fecunda compañera,
fui como una semilla en tu pradera
y retorné más joven de tu abismo.
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