huella de un sueño no es
menos real que la de una pisada
Georges Duby
Milagrosa la no sangría póstuma que nos aplican los ángeles: deja en el alma una trasverberación, un balido de Dios en el oído.
Uno permanece quieto en la telaraña del silencio hasta que la memoria despierte como un lázaro menor.
Yo recuerdo un filtro de amor que alguien me vertía en la garganta: espeso, perfumado, guinda en su frasco de cristal esmerilado. Alguien que veo en sueños: camina en vilo y nunca descubre su rostro, pero tiene en la mano izquierda, del lado del corazón, una botella transparente donde brilla un suero del mismo color que las cerezas de otoño.
Sí, llegué al fin del sendero y el tiempo agotado me dibujó un puente de donde arrojarme al agua rancia de la muerte. Volteé y caí de nuevo, como pluma, a ese mundo donde yo te veo a ti con la mano izquierda vacía.
No sé si te pareces al del sueño: nunca me muestra sus facciones. Pero cada vez que me tocas, recuerdo un frasquito que encierra un mar diminuto. El mar donde se mece un oleaje grana que huele a cerezas fermentadas y dulces.