Es todo lo que hay: una roca que brilla al fin del día.
Habíamos viajado noches enteras y extraviadas
muy cerca del esplendor de lo esencial:
lluvia sobre la piel
sopa en la garganta
y un anillo con forma de tortuga.
Habíamos puesto ropa a secar
sobre árboles que susurraban en la oscuridad.
Y nuestra compasión formaba parte del todo
como el antibiótico en el bolso, y la manzana
y el faro al fin del mundo.
Habíamos imaginado este regreso sin gloria
y sin fracaso
como una pieza de cemento de un artista desconocido.
Los ojos ven al mismo tiempo
el gato gordo del vecino cazando gorriones
en el sol de marzo
y un paisaje en donde nadie llega alegremente
por el sendero para concederme una beca de
convicción.
La roca dispara luz sobre la mesa
y apoya el gatillo en las fábulas del mundo,
no aparecerá en la foto (no la verás.)