En la desolación de la quimera,
un desdichado pájaro cautivo
cantó con canto tan ardiente y vivo
que a su voz envidió la primavera.
Su canto fue la enseña y la bandera
de todo lo soñado y fugitivo,
de lo fluyente por el cauce esquivo,
que fuera inaprensible y fatal fuera.
El resplandor aquel de la hermosura,
y el brillo incandescente de su canto
fueron precipitados en la oscura
y silenciosa sima del espanto.
¡Su cantar era canto sin ventura,
para el pesar nacido y para el llanto¡.
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