La madre dice: ‘Cállate’.
Maga de las palabras abortadas antes de tener vísceras, mide su tamaño y sabe que la niña ha de engullir al revés la cuerda de los vocablos, hilo mágico que de la luz se adentra al hígado del laberinto. El decir de la niña no tiene derecho de gravedad: sale, y en cuanto toca la bastilla de los labios es borrado por las manos de la madre, esponjas de orfelinato que escurren su ácido sobre la pizarra del aire que une a las dos. Florece el silencio. Involución del pensamiento, como si desde siempre la niña supiera que está sometida a un polígrafo invisible. La madre piensa que lo no dicho está anulado. Sabe, sí, de digestión y enzimas, pero desconoce el enigmático laboratorio de alquimia donde se transmuta el ‘sí’ en ‘no’, opus nigrum del callar que regresa cuarenta años después, convertido en verso de un poema titulado ‘Florete de censura’.
Ay, clavo de mercurio y a la vez paloma que guardó durante lustros la sal corrosiva en el dorso de las alas.
Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.