Hay una luz de claustro en esta foto,
de soledad de esperma
y de locura, una luz
de tormenta de otoño
y de colegio de fantasmas.
Hay un niño y un mapa
y una bola del mundo
que lleva años enteros
girando en un cajón oscuro.
Hay una sonrisa de metal helado,
de mercurio de termómetro difunto,
un humo de alquimista
sonámbulo y misericorde
que se forja en el frío
de los muertos en vida.
En esta fotografía
hay cristales rotos de un sueño diezmado
y espumas olvidadas de una playa distante.
Un suicida
podría haber escrito en su reverso
la despedida solemne y temblorosa
del cansancio y la duda.
Mientras, el niño sonríe
completamente ajeno al espejismo
donde se iban formando en silencio
las larvas venenosas de la nostalgia.
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