Entonces era el caos,
la sombra en desmesura. Apenas el vacío
al borde de la nada. Sopor de los abismos.
¡Soledad! ¡Soledad!
Y tú en el umbral empujaste las sombras,
milenios de silencio, baldías soledades.
Anulaste la nada.
Buscaron las galaxias posibles horizontes
y hallaron los planetas sus órbitas precisas.
Después comenzó el amor
y surgió el alfabeto, el ángel de la música
la flauta de los vientos.
El beso inventó unos labios
y fue posible la miel en los panales,
los ritos de la zafra, las uvas moscateles.
El deseo se hizo carne
y el fuego ardió en asombro ritual sobre la tierra,
fecundó los volcanes, habitó cada estrella.
Y, ya a merced del gozo,
desplegado oleaje de piel salobre y húmeda,
inventaste los mares, sus crestas, sus abismos,
y juntos navegamos el altamar del éxtasis.
Todo lo fue creando el germen de tu aliento,
toso edé, fue posible a partir de tu tacto.
Después dijiste: olvídame,
Y creaste tus mitos y leyendas.