Aquí el espectador se ve forzado
a una actitud esencialmente equívoca
pues la calzada que allá abajo cruza
el valle, nebulosa, lejanísima,
arranca de sus pies.
Y así es menor que exista
un obelisco alzado sobre cuatro columna
que corona un tritón con cabeza de lince,
o un arco de triunfo remadado
por un bosque de cedros y de sauces llorones.
Y dijeron de él: parva imaginación
esclava del pasado su genio, si lo tuvo,
pereció bajo el peso de la bibliografía.
Y lo llamaron ‘arqueólogo’.
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