En mi viaje a las Islas me contaron que Lovecraft jamás murió,
al menos no en el lugar ni en fechas que sus biógrafos marcaron.
Sostienen, ellos, que este escritor sabía otras muchas más cosas
de las que consignó en sus libros, y no todas, precisamente,
las recibidas de sus -ya certificados- contactos
con personas del Más Allá.
Los moradores me dicen, sin embargo, que ellos nunca observaron
por estos parajes sucesos sorprendentes, lejos de lo normal;
quizá, retrocediendo mucho, la cabalgadura que se negó
a seguir tirando la rueda del molino, convertida después
en manantial ( año 70) , o todo un pinar que en el verano
más lluvioso del cantón, el que no se recuerda, ardió sin un motivo
porque, según parece, no se avenía a ser talado de unos árboles sí
y de otros no.