A estas alcobas de velada luz y lechos clandestinos,
de la mañana hasta la demacrada madrugada
las parejas acuden.
Imantados de su desnudo hermoso
los cuerpos ruedan, se suceden
entre rojos muarés y tabiques de espejos que regalan miradas, roces, formas.
Suben las escaleras
con un silencio de complicidad y alborozo,
la húmeda hoguera del deseo en los ojos
y aún la llama peor: la del remordimiento.
Saben, tácitamente lo consaben,
que aquellas escaleras de discreta penumbra conducen a la gloria,
pero que luego bajan
al infierno. Siempre la vida tasa
con severa medida, y al goce sigue
el lento sufrimiento, al triunfo la aridez,
y las lágrimas matan la luciérnaga blanca de una boca que ríe.
Nada está escrito,
pero todo se cumple:
el precio de la felicidad
es la desdicha.
Ellos se juran, se prometen
ante el sagrado libro de sus cuerpos,
y en el estrecho nudo que los desengendra para siempre
se dan una guirnalda de placer fugitivo.
Una noche de amor
y otra larga, insondable, de olvido.
Habitaciones «Holofernes» de Alejandro Duque Amusco
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