Esta misma quietud
la reconoces,
el lecho de la luz,
esplendor del estío,
y tu pálido cauce adolescente,
la imagen aún borrosa del clamor y de la yerba.
Como un vaho transterrado
de las fiebres antiguas,
sube todo el silencio
deshojando tu cuerpo.
Este bosque de sauces
que fuera tu dominio,
es hoy el cementerio
del yo que le entregaste.
Mirando hacia esa loma
descubriste el deseo
y el principio de ser memorial abrasado.
Esta misma quietud
la reconoces,
fugaz y transitoria
la voz del epitafio;
y es todo lo que ha muerto
el ayer navegable.
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