¡Era una chica tan alegre!
En clase se reía sin parar.
Se equivocaba siempre en las declinaciones
y sin embargo podía hablar de todo
e incluso pronunciaba bien la r .
Ella me hizo leer a Nezval ya Jiri Orten
como quien no hace nada,
como si se tratara tan sólo de un azar.
Yo sentía vergüenza de mí misma
y de mi destino trágico,
y hubiera querido salir de mi desesperación habitual
para acercarme a ella
y decirle, aunque fuera una vez:
sí, tú tienes razón.
Mas, cuando lo intentaba,
las palabras se negaban a salir…
Era como si yo, reuniendo mis fuerzas,
emergiera del pozo de las sombras,
pero a pesar de todo, el espacio que nos separaba
resultara irremediablemente infranqueable.
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