Los inmortales toman su sustancia
de tus cavernas infinitas, de
tus abismos que se hunden
como sube la hiedra por el tronco,
por el aire
baja el relámpago, ilumina
y retorna a su flor;
como el día se extiende
en sus estancias sin puertas ni cúpulas
que cierran todas las salidas
y entrecruzan sus dobles linternas,
de ti la obtienen. Nada nuestra,
acaparadora de ortos
innombrables, que un día surgirán
sobre tus pies desnudos,
tendrán, para nosotros, senos tales
que muramos sin preguntar
en su redondez impoluta,
miradas que sostengan las nuestras
sin apartarse, largas comas
undosas, en que está todo color
como en la luz, que nos los muestra, todos;
y, voz unánimemente profética,
en nuestra propia nada
contemplarán la que comparten ellos,
hombres de hambre con sed.
Hambres (A la luz III) de Ángel Crespo
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