Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de un viaje espectral por las campañas.
Compungíase el viento entre las cañas,
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.
La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,
miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas.
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