Está sentado sobre un pino caído.
Entre el balanceo de los árboles observa el espejear
de la esfera de aluminio
que corona la torre puntiaguda del Pabellón del Cáncer.
Difícil símbolo
la esfera.
El hombre baja la mirada. Su alrededor es más amable:
los pétalos de la ‘Cati en Llamas’ parecen crepitar en el verdor
de la yerba,
un insecto que sería avista si no fuera tan azul
taladra su nido en un alerce. Y también mariposas.
No hay pájaros, tal vez el indicio de una posible tormenta.
Es el inestable tiempo de entre estaciones.
Pero ahora es el sol bajando en haces que se pierden el el humus.
Un haz no se pierde,
incide en un pequeño charco de lluvia.
El charco refulge y la raíz próxima de un pino se esfuma.
Y asimismo
y completamente
desaparece un conejo blanco que de huida salta al centro del
agua fulgurante.
Y esperándolo y no viéndolo más, el hombre pregunta:
‘¿Y si la luz lo ha llevado a otro planeta
y el conejo, ya animal de otra sustancia, corre contento
sin haber padecido el rigor de trampa, cuchillo, escopeta, zorro,
enfermedad u otro modo
de la muerte?’
(‘Oh Señor, no es de la muerte que quiero huir sino de sus
terribles modos’)
Ya no es amable su alrededor.
El viento del tiempo inestable desciende violento.
Hombre adentrado en el bosque de José Watanabe
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