Homunculus et la Belle Ètoile de Wallace Stevens

En el mar de Vizcaya se adorna
la joven esmeralda, estrella de la tarde,
buena luz para los ebrios, las viudas, los poetas
y las damas próximas a casarse.
Por esta luz los peces salobres
se arquean en el mar como ramas de árboles,
mezclando muchos rumbos
hacia arriba, hacia abajo.
Qué plácida resulta una existencia
en la que esta esmeralda encanta a los filósofos,
hasta que negligentemente se inclinan
a bañar sus corazones en una luna tardía.
Sabiendo que pueden traer de vuelta el pensamiento
en la noche que ha de ser aún silenciosa,
reflejando esto o aquello,
antes del sueño.
Aun mejor será si, como escolares,
ellos piensan fuertemente en los puños oscuros
de capas voluminosas,
y se afeitan el cuerpo y la cabeza.
Puede bien ser que sus amantes
no sean flacos fantasmas huidizos.
Pueden después de todo ser frívolas,
fecundas,
exuberantemente bellas, ansiosas,
desde cuyo estar bajo las estrellas, en la margen del mar,
el íntimo bien de sus búsquedas
se vuelque en las más simples frases.
Es una buena luz, entonces,
para aquellos que conocen el Platón último,
tranquilizando con esta joya
los tormentos de la confusión.

Versión de Elilzabeth Azcona Cranwell

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