Hoy, mucho menos que antes,
no hay manos que inciten
al lloro ni al desencanto;
somos mucho más dóciles
y la gente ya no nos grita por la calle.
Todo se ha convertido de pronto en un gusto inédito
por la armonía.
Pero a menudo el pueblo ama
sin saber lo que es justo; y todos nosotros
somos de sangre y barro,
de sangre de pueblo y
barro de pueblo,
y nos aterra,
por mucho que lo callemos, la altivez
de los jóvenes y el gesto,
¡oh maravilla!
de los viejos tan dignos.
Todo retorna ya
a su fondo primigenio de ternura,
y pronto incluso seremos alabados,
no por lo que ahora hacemos
sino por la inefable
docilidad de antes
que nos dignifica.
Versión de Adolfo García Ortega
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