Son diecisiete días. No adivina
que las bonanzas nunca son eternas.
Perderá el agua dulce. Rodarán
los pellejos de vino.
De nada servirán las diecisiete noches
mirando a las estrellas, ni la filosofía,
barata,
que el amplio mar sugiere.
Los troncos de la balsa fijó en cuatro jornadas.
Un abrazo fugaz. Un beso. Despedida
de un hermoso paréntesis, un lapso
en la vida o la muerte.
No preveía nadie el fin de la bonanza,
la huida de la paz, de la sonrisa el luto.
Agua, sudor y hierro en la firmeza,
el ciego sol, el alma dura apenas.
Las cosas, al fin y al cabo,
son como son las cosas. Simplemente.
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