Forma que adopta un pensamiento,
madera de sueño, vida ingrávida;
al alcance de la mano, siempre lejos,
entre las ramas del árbol plantado
y, en el aire blanco y denso, una mancha.
Señal de que el mundo aún es próspero,
húmedo, mágico, que en la grave música
se cuela un tono menor, infancia
en cuanto se repliega y mengua:
nunca inmóvil, ágil, tras el perfume,
metáfora que cambia y permanece.
¿Quién muere ahora y quién llora?
¿Quién sabe de lo que se hunde en la tierra
o asciende al cielo sino ése?
Ése que, sin artificio, todo vértebras y plumas,
hace del eterno adiós su viento y una casa.
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